Monday, March 17, 2025
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400 velas contra la indiferencia

La luz iluminó el zócalo, en un grito silencioso para exigir justicia por los muertos en Teuchitlán, así como el hallazgo de las más de 107 mil personas no localizadas

En la plancha del Zócalo hubo un pase de lista para traer a la memoria a los miles de desaparecidos y recordar que más que una cifra, son una vida, una historia… Foto: Elizabeth Velázquez

El viento sacudía la noche en el Zócalo de la Ciudad de México, pero no lograba apagar la luz de 400 velas, un resplandor que intentó romper la indiferencia. No eran sólo luces titilantes, sino un grito silencioso, una súplica para que México mire de frente su herida más profunda: las desapariciones.

Las velas se convirtieron en una lucha que evoca el esfuerzo de tantas personas que no dejan de clamar por esa justicia, que no sólo no llega, sino que casi siempre es apagada por la impunidad en la que se sumió el país.

 

Desde 2006, más de 107 mil personas han sido reportadas como desaparecidas. Son cifras que se acumulan en los registros, pero detrás de cada número hay una vida, un nombre, una historia que quedó suspendida en el vacío. Mientras las autoridades miran hacia otro lado, las familias se consumen en la espera, en la incertidumbre que corroe y en el dolor que no cesa.

En la plancha del Zócalo hubo un pase de lista para traerlos a la memoria. Se escucharon los nombres, de entre muchos, de Ignacio Santiago Pérez, Luis Salvador Granados y al final de cada apellido el clamor de los asistentes de “Presente ahora y siempre”.

Anoche, 400 pares de zapatos fueron dispuestos en silencio. No eran sólo objetos inertes, sino símbolos de ausencia, de vidas truncadas, de caminos que quedaron interrumpidos. Representaban el horror de los 400 pares de zapatos que fueron hallados junto a los hornos clandestinos del rancho de exterminio en Teuchitlán, Jalisco. Querían obligar al país a ver, a reconocer la tragedia, a indignarse.

A la Catedral metropolitana, en la que monseñor Francisco Javier Acero ofreció una homilía por los desaparecidos, llegó Eduardo Ramírez, encendiendo velas y vistiendo una camiseta con el rostro de Ángel, su hermano, desaparecido desde 2019 a los 20 años. “Es exigir justicia y que no queden impunes las fosas y los crematorios (hornos clandestinos) que se encontraron en Jalisco”.

México carga una cicatriz abierta que cada día se profundiza más. Es una daga que se clava una y otra vez en el tejido social. La herida comenzó a supurar con el hallazgo en Tijuana, en 2009, cuando se supo que al menos 300 cuerpos fueron disueltos en ácido en La Gallera, un predio donde operaba Santiago Meza López, El Pozolero. Luego, en 2014, la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa sacudió al país. Pero la violencia no se detuvo.

El pasado 5 de marzo, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco transmitió en vivo el horror del campo de exterminio desde el Rancho Izaguirre en Teuchitlán. Lo que mostraron fueron  escenas indescriptibles: al menos 200 personas fueron calcinadas y desaparecidas. En las crónicas periodísticas se leyeron los testimonios de quienes habitan la zona. “El viento dejó de oler a maíz hace tiempo”, dijeron. Ahora, el aire arrastraba el hedor de carne calcinada.

En el Zócalo quedaron marcados con pintura blanca los principales espacios del Campo de Reclutamiento/Rancho Izaguirre: tres áreas de fosas, una zona de confinamiento, caseta, cocina y baño.

Con cada historia, las desapariciones dejaron de ser cifras olvidadas: tomaron nombres y rostros. Conocimos a Fernando Ocegueda Flores, quien, en su búsqueda desesperada por su hijo, llegó hasta el predio de El Pozolero. Desde hace más de una década escuchamos los nombres de los 43 normalistas en cada pase de lista: Abel García Hernández, Abelardo Vázquez Penitén, Adán Abraján De la Cruz… Sentimos el dolor de Indira Navarro, quien busca a su hermano Jesús Hernán, un joven de 28 años y padre de una niña. Indira, hoy líder de Guerreros Buscadores de Jalisco, ha recorrido varios estados descubriendo hornos clandestinos, destapando el horror que el país sigue sin querer ver.

Desde 2006, hasta abril de 2023, se han localizado 5 mil 698 fosas clandestinas en todo México, según datos oficiales de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB). Los estados más afectados han sido Jalisco, Sonora, Guanajuato, Sinaloa y Baja California.

Desde 2018, jóvenes reclutados comenzaron a narrar a la prensa el horror de los campos de exterminio en Jalisco. Uno de ellos, Mawicho, originario de Azcapotzalco, Ciudad de México, contó su historia al periodista Emmanuel Gallardo para el libro Así Nació el Diablo, de Penguin Random House. Relató cómo, sin darse cuenta, terminó en un rancho a una hora de Puerto Vallarta.

Al llegar al rancho no había guardias visibles con rifles AK-47, ni traficantes de botas y sombrero como en una narcoserie. ‘Cuando crucé las puertas, tuve que hacer un esfuerzo por no derrumbarme’ ante la brutalidad del conflicto. Si como ladrón su sangre ya era fría, esa primera noche terminó de congelarse. ‘Imagínese: cuando llegué, había como 20 secuestrados. En una noche nos aventamos como 10 descuartizados’”.

Mawicho también narró que paramilitares colombianos, con nexos históricos con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), cruzaron la frontera mexicana para sistematizar el reclutamiento de jóvenes en campos clandestinos de Jalisco. Los convertían en secuestradores, torturadores y pistoleros.

Siete años después del testimonio de Mawicho, el horror dejó de ser sólo una historia contada en entrevistas. Las imágenes capturadas en Teuchitlán, por los teléfonos de los colectivos de familiares buscadores sacaron a la luz a las víctimas que intentaron borrar. En esos campos de exterminio, el rastro de su existencia fue reducido a cenizas.

En el Zócalo, las velas se consumieron una a una, pero su luz no se apagó: sigue ardiendo en la memoria de un país que no puede permitirse olvidar.

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