Fue en una birriería de la ciudad de México, es decir, en un local donde venden birria, un platillo originario de Cocula, Jalisco, representativa de la gastronomía de ese Estado.
Originalmente se elaboraba a base de carne de chivo, pero después se fue sustituyendo por el borrego y actualmente también por la carne de res.
La carne se condimenta con diferentes tipos de chiles y especias. Se cuece en un recipiente metálico que se coloca en un pozo que se rellena con brazas de leña y se cubre con hojas de penca de maguey.
La mera verdad, es un manjar para el paladar, sobre todo si se acompaña con un buen mezcal o un pulcazo, como en la capirucha.
Pero vayamos al punto. En una birriería conocida como “La Polar”, mataron a un cliente el pasado 9 de enero tan solo por no querer dejar propina a un mesero prepotente.
El comensal, con algunas copitas de más, empezó a discutir con el sujeto, hasta llegar a las manos, pero no contaba con que los otros meseros, el cajero, el barrendero, el de seguridad y hasta el gerente le cayeron como a Juan Charrasqueado, de a montón, y le arrimaron una tunda que, desgraciadamente, resultó en la muerte del infortunado.
Valga este introito para señalar que, de acuerdo con la Procuraduría Federal del Consumidor, las propinas no son obligatorias.
Es una muestra de agradecimiento y reconocimiento al trabajo que hacen los buenos y diligentes meseros, los que se acercan a la mesa sin hacernos esperar demasiado tiempo, los que están al tanto de nuestros deseos y caprichos como clientes y los que, finalmente, se ganan la propina.
Pero cuando nos encontramos a sujetos más feos que un perro chato, todos malencarados, con cara de pocos amigos, la cosa cambia.
La citada birriería, que a estas alturas debe estar clausurada y los asesinos convictos, era un negocio controlado por una célula del crimen organizado de la Capital del País.
Todo mundo lo sabía, pero también todo mundo iba ahí porque les gustaba la birria. Desde artistas como Lupillo Rivera, hasta personajes de la política, todos pasaron por ahí, aún viendo con sus propios ojos y conociendo de qué lado mascaba la iguana.
Era común ver civiles armados entrar y salir por las noches, pero aquello estaba a reventar.
Si yo sé esa situación, ¡pues no me meto! O bien, me atengo a las consecuencias, que pueden ser precisamente, las que ocurrieron ese día en el interior de la negociación.
Nos hace falta cultura.
Hay que saber aquello que siempre decía El Filósofo de Güemez: “Si ves que camina como pato, hace como pato y tiene pico de pato, ¡es un pato!”
Lo que significa que si todo mundo sabía que ese era un centro de operaciones de los delincuentes, no es tanta la culpa de los asesinos golpeadores, sino de quienes se ponen en ocasión de recibir ese tipo de tratos.
Por fortuna, en todos los restaurantes donde yo acostumbro ir a tomar el cafecito, entrevistar funcionarios o personajes o a ponerme a redactar-el Astromundo, La Estrella del centro y la Morelos, el tradicional Café Rey, el Royal Garden, el Holiday Inn, el Azul Antiguo, el Al, y el Tips- las meseras y meseros son la mar de amables, y siempre se ganan la propina que les dejo.
Por cierto, eso me recordó un chascarrillo que solía contarme mi padrino Don Adán Cisneros De la Rosa:
Llegaron tres jóvenes a un pueblo y entraron a un restaurant. Se sentaron en una mesa y esperaron que algún mesero los atendiera. Pasó media hora y comenzaron a impacientarse, porque veían que a los demás comensales sí los atendían con toda cortesía.
Pasó una hora y ya desesperado, uno de ellos tomó de las solapas al mesero que iba pasando a su lado y le reclamó:
-Óigame, desgraciado. Ya tenemos más de una hora aquí y no nos han atendido. ¿Qué les pasa?
A lo que el camarero le respondió con gran cortesía:
-Mire, caballero, la política de esta empresa es que todas las órdenes se piden en verso, como dice el letrero que está en la entrada. Por ejemplo, vean a esa pareja que acaba de entrar.
Efectivamente, iba entrando un joven con su novia, se acercan a la mesa y él le acerca la silla, cortésmente. Segundo después, da dos pequeños aplausos y llama al mesero:
-Lero, lero, mi mesero.
Y responde el mesero:
-Aquí está su mesero, pa’ servirle con esmero.
-Para mi amada, una limonada. Yo no quiero nada.
Total. El mesero regresa con los tres amigos y les dice: “¿Ya ven, caballeros? Aquí todo se pide en verso”.
-Bueno. Mira, a mí me traes unos huevos con jamón, grandísimo -abrón,-dice el primero con tono mohino, mientras el mesero empieza a garrapatear en su libreta, algo nervioso.
-Yo quiero una tostada, hijo de la tiznada.
-Sí-sí, sí, señor.
-Y yo quiero unos tacos con chiles en vinagre, y si no tienes te me vas mucho a tiznar tu -adre,-dice el tercero. Y el mesero corrió asustado a llevar la orden al maitre.
Viene el refrán estilo Pegaso: “Resultó una copla sin empeño”. (Salió un verso sin esfuerzo)