Por Pegaso
Un tipo le platica a otro: “Fíjate que ayer me agarré una nalguita”.
-¡Cuenta, cuenta!-le dice el amigo en tono de complicidad. ¿Está buena la chava?
-¿Cuál chava? Me agarré una nalguita, pero con la puerta del carro-le contesta mohíno el primero.
Y es que en una sociedad como la nuestra, que rinde culto a la nalga, lo más importante es tener unas buenas protuberancias posteriores, así estés más feo que La Gilbertona.
Ya lo dice aquella conocida canción de Los Tigrillos, que yo creía que se llamaba “La Familia Pompuda” -su nombre verdadero es “La Ética”- cuya letra dice lo siguiente:
Esta es la historia de una muchacha que era muy
ética, perética, pero entempética,
pelada, peluda, pero bien pompuda,
pelada, peluda, pero bien pompuda.
La canción consta solo de un estribillo que se repite ad vomitum y narra la historia de una chica que carecía de belleza, a excepción de sus ebúrneos encantos glúteos.
Se casó con un chavo que tenía parecidos atributos y engendraron varios hijos con similares características.
Pero hay que ver una cosa. Es completamente cierto que quien tiene buena nalga siempre tiene la ventaja sobre los “mejoralitos”, es decir, sobre aquellos que tienen solo una rayita o están más planos que una tabla.
Por ese motivo las clínicas estéticas han crecido como los hongos, y ahora, con solo deshacerse de unos devaluados 5 mil dólares puedes quedar como Kim Kardashian o como La Felona del Corrido, todo o toda cirujeada.
La nalga tiene un singular encanto. En la antigüedad hubo sangrientas guerras a causa de mujeres hermosas, de grandes y muníficos atributos.
En la Guerra de Troya, la causa de la disputa entre aqueos y troyanos fue el rapto de Helena.
Resulta que las diosas Hera, Afrodita y Atenea se disputaban quién era la más bella del Olimpo. Buscaron un juez y hallaron a Paris, hijo de Príamo, Rey de Troya y le preguntaron quién era la más hermosa y para ello le dieron una manzana de oro para que la entregara a la diosa afortunada.
Hera le prometió la plaza de Reynosa si la escogía a ella, Atenea le ofreció abrazos y no balazos, y Afrodita, a la mujer más hermosa del mundo que, sin duda, era Helena, la esposa del Rey de Esparta Menelao Atrida, hermano de Agamenón.
Total, Paris le dio la manzana a Afrodita. Las otras dos deidades se fueron encabronadas, afirmando que Paris era un terrorista, mientras Afrodita planeaba la manera en que le entregaría el codiciado premio.
Paris fue a Esparta a una misión comercial y raptó a Helena, a quien se llevó a Troya. Después, los aqueos formaron un ejército formidable y se embarcaron para rescatar a Helena, o mejor dicho, ese fue el pretexto, porque lo que Agamenón quería era conquistar la ciudad de Príamo y hacerse del control marítimo.
Por eso un poeta riobravense escribió en cierta ocasión: “Por las nalgas de Helena cayó Troya”.
Y colorín, colorado, esta apología sobre la nalga se ha acabado.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Cuando se carece de glúteos, no existe el empíreo”. (Sin nalgas no hay paraíso).