Por Pegaso
Yo tengo la teoría que todos los cuentos de hadas son perversos.
Desde pequeños, nuestros padres nos contaban todo tipo de historias fantásticas, repletas de princesas, príncipes, ogros, niños desobedientes, sapos, cerdos, lobos y frijoles mágicos.
Eso hacía volar nuestra imaginación infantil, y nos imaginábamos estar en un bosque lóbrego, acompañando a la Caperucita Roja, que le llevaba manzanas a su abuelita, o a Blanca Nieves, conviviendo con los siete enanos, o a Rapunzel, dejando caer su dorada madeja de pelo desde una alta torre.
Pero no nos hágamos tarugos, como dijo La Chimoltrufia. Los cuentos de hadas esconden situaciones perversas que no alcanzábamos a vislumbrar en nuestra tierna infancia.
Por ejemplo, la Cenicienta era una adolescente muy bella, cuya madrastra y sus hijas tenían de gata en su casa, lavando ropa, limpiando el piso y haciendo de comer. Las hijas no eran nada agraciadas, pero cuando Cenicienta, por la magia de su Hada Madrina va a un baile y a la medianoche se le queda una zapatilla de cristal, el apuesto príncipe va casa por casa buscando a la hermosa propietaria. Las hijas la esconden para que no la vea el príncipe, pero ni así pueden vencer al amor que surgió entre ambos protagonistas. La envidia, la explotación y la maldad son usadas en este cuento como refuerzo argumental.
Vámonos con la Caperuza. Va al bosque sola -¿qué niña de ocho años se adentra sin compañía a un páramo sombrío y peligroso para llevarle manzanas a su abuela? ¿Y por qué los padres y la abuela acceden, sabiendo que acecha un lobo feroz?- Total, el lobo se come a la abuela y después pretende hacer lo mismo con la chiquilla. Generalmente nuestros padres terminaban el cuento poniendo una cara más fea que la de La Gilbertona y acercando sus manos a nuestra cara, como si fueran las garras del lobo: “¡Para comerte mejorrrrr!”, y así, nos quedábamos dormidos y traumados.
Y de Blanca Nieves, no se diga. Su malvada madrastra quiere desaparecerla, porque un espejo le había dicho que ya no era la más hermosa, sino que ahora lo era su hijastra, Blanca Nieves. Para escapar de ella, se va al bosque, donde viven unos feos enanos. Se duerme en la cama de los siete, juntándolas, y cuando estos llegan, no pueden creer lo que ven. Entonces, la agarraron de chacha y así pasó el tiempo, hasta que el pinche espejo le dijo que Blanca Nieves aún vivía y estaba en una cabaña del bosque. Ataviada como una anciana, le dio una manzana envenenada que la chava mordió y quedó dormida. Los enanos la pusieron en una urna, hasta que un día llegó un gallardo príncipe, le dio un beso de amor y ella despertó. Fueron felices para siempre.
¡Qué! ¿Y la madrastra se iba a quedar tan campante? ¿Y el papá nunca preguntó por ella?
En el caso de La Bella y La Bestia poco puedo decir. Un mancebo con una maldición, una linda joven que lo trata como a un amigo, a pesar de su horrible aspecto y finalmente el amor que nace en ella, al punto que no le importa darle un beso de lengüita, y ¡zas! Se convierte otra vez en un agraciado mozo que se casa con ella y son felices para siempre.
Parece ser que en aquellos tiempos era muy común que hubiera brujas que aventaban maldiciones a diestra y siniestra, por lo que los cuentos de hadas o historias infantiles, en lugar de ser constructivas, nos llenaban de traumas que se manifiestan aún hoy en la etapa adulta.
Vámonos a un último cuento, el de los Tres Cochinitos. Práctico, Violinista y Flautista vivían en el bosque, donde con frecuencia aparecía un lobo feroz.
Violinista hizo una cabaña de paja, pensando que iba a detener al lobo, pero cuando este llegó, sopló y sopló hasta que tiró la cabaña y se comió al regordete cerdito.
Flautista levantó una casa de madera, pero igual, el lobo sopló y sopló, hasta que esta cedió y el cánido se dio un banquete.
Práctico, que les había aconsejado a sus hermanos que hicieran casas de tabique, levantó la suya con ese material. Llegó el lobo, pero por más que sopló no pudo tumbarla, así que se tuvo que ir triste y cabisbajo, sin haber cenado.
¿Ven? Todas esas historias son perversas.
Brujas malas, cerdos pendejos, lobos hambrientos, madrastras gachas… y eso que todavía me faltó narrar los cuentos de El Patito Feo, Hansel y Gretel, La Bella Durmiente y Pinocho.
Ya habrá oportunidad más adelante.
Por ahora, el refrán estilo Pegaso dice así: “¡Engatúsame, títere de Gepetto!” (¡Miénteme, Pinocho!)