Monday, August 25, 2025

Al Vuelo-Lobos 

Por Pegaso
No es cuento. Un tipo fascinado con la idea progre de la autopercepción, tuvo la más loca y peregrina ocurrencia: Creyó que era un lobo y estar en el cuerpo equivocado.
Antes de pasar a lo sustancioso de la historia, déjenme decirles, ¡oh, mis dos o tres lectores! que la narrativa progre es aquella donde uno puede ser lo que sea, siempre que así lo sienta y así lo perciba.
La locura inició con alguien, allá en los sesenta o setenta que nació con el sexo biológico masculino pero empezó a comportarse como mujer. Gracias a la lectura de un librito que estaba de moda, le cayó el veinte, tuvo una epifanía y pensó que era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.
Lo demás es historia. Muchas veces lo hemos analizado aquí y no tiene caso hacerlo de nuevo.
Lo que sí voy a decir es que pronto el término “transgénero” tuvo otros primos: “Transedad”, cuando te siente de una edad diferente a la real, “transnacionalidad”, cuando naciste en un país, pero te percibes de otro y “transespecie”, cuando eres un humano y te sientes como una vaca, un perro o un loro.
Sigamos con la historia del tipo que se creyó lobo, el cual ahora sabemos que es un “transespecie”.
Resulta pues que el sujeto se percibió como lobo. Obviamente, lo más urgente era conseguirse un disfraz y vestirse con él.
Hasta ahí, todo bien. No hacía mal a nadie. Su familia se extrañaba de ese comportamiento, pero lo veían como algo normal, tomando en cuenta que en estos tiempos eso ya no resulta raro ni patológico.
Andaba por el patio de su casa caminando en cuatro patas, como cualquier lobo que se respetara. Sin embargo, su metamorfosis no lo convencía por completo.
Una tarde, después de echarse una siesta, pensó que, como era un lobo, debía unirse a una manada de ellos.
Con ese pensamiento se enfiló hacia un monte cercano, donde sabía que había animales salvajes, con la esperanza de encontrarse con una buena manada y ser aceptado en ella.
Se adentró en la espesura. De pronto, escuchó el aullar claro e inconfundible de un lobo. Se mantuvo quieto, mientras el espeluznante sonido del animal se oía cada vez más cerca.
Finalmente, los vio. Un enorme lobo gris, de ojos encendidos, acompañado por al menos una veintena de sus congéneres, lo habían olisqueado y se acercaban a él.
-¡Por fin!-se dijo. Voy a formar parte de esta magnífica manada de lobos. Iremos a cazar, comeré de la dulce carne de un ciervo y tendré muchas hermosas lobas para mí solo.
Pero como los cánidos no saben nada de percepción, ni tampoco temen a las leyes, la Naturaleza los llamó, y en un arranque de furia, el lobo macho se arrojó sobre el pobre tipo.
Este, a pesar de vestir el grueso y afelpado traje, no pudo resistir la embestida. Primero fue el macho, después el resto de la manada. Los dientes, las uñas y el fétido aliento de las bestias pronto lo hicieron ver su error.
Fue casi un milagro, porque tras el ataque, el sujeto quedó muy mal herido, pero con vida. Tuvo que ser hospitalizado de emergencia y tardó varios meses en recuperarse.
Horribles cicatrices quedaron en su espalda, torso y cara.
Uno podía pensar que su locura se esfumó como por encanto, luego de tan traumática experiencia, pero no fue así.
Lo último que se supo es que se compró un disfraz de león y ya consiguió un boleto de avión a Namibia, donde espera incorporarse a una poderosa manada de leones africanos.
El refrán estilo Pegaso dice así: “Quien con cánidos de la especie lupus merodea a emitir sonidos guturales se adiestra”. (El que con lobos anda a aullar se enseña).
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