Por Pegaso
Hoy que anduvimos en un evento del Presidente Municipal Carlos Peña Ortiz, donde se entregaron becas de titulación, tuvimos la oportunidad de darle nuestras albricias por su reciente boda: “Alcalde, muchas felicidades. ¡Bienvenido al club!”
Y es cierto. A partir del 8 de septiembre pasado, cuando contrajo nupcias por lo civil con su guapa novia, Alejandra Yelitza Garza, ahora Primera Dama de Reynosa, y el domingo pasado cuando se casaron por la iglesia católica, el joven alcalde ya tiene una nueva responsabilidad: La de formar una familia, un hogar.
El evento fue privado y se llevó a cabo en Oaxaca. Solamente las personas sin quehacer o las que les gusta el chisme estuvieron publicando fotos y datos relacionados con este enlace matrimonial. La mayoría, con comentarios chingativos.
Pero esa es otra historia.
La verdad, la verdad, es que la vida de casados es un giro de 180 grados con respecto a la soltería.
Cuando estamos solteritos y sin compromiso, llegamos a nuestra casa, como aquel tipo que abre la puerta y dice: “¡Ya llegué, y qué!” Sube la escalera y se saca los zapatos ruidosamente: “¡Ya llegué, y qué!” Entra a su cuarto, se avienta unas sonoras flatulancias y dice con gesto de gran satisfacción: “¡Qué a toda madre es estar soltero!”
Sí. Nadie te dice nada.
Pero después del casorio todo cambia.
El Alcalde nos preguntó a quienes ya llevamos un tiempo de casados que cómo es la vida en pareja, y algunos le contestaron que hay tiempos buenos y malos, pero lo más bonito son las reconciliaciones.
Haciendo un sesudo análisis, diré que eso es muy cierto. En todo matrimonio siempre hay desaveniencias, desacuerdos y discusiones.
Sin embargo, hay una diferencia abismal entre los niveles socioeconómicos, y así, las broncas que tienen los ricos con sus esposas es por ver a qué paradisíaco destino turístico irán de vacaciones, qué auto nuevo se van a comprar o a qué restaurante fifí irán a cenar en la noche.
Por el contrario, los clasemedieros y jodidos tenemos bronconononas por cualquier cosa: Que falta dinero para comprarle pañales al güerco, que se fue el gas, que Pepito necesita comprar unos libros, que Chonita quiere zapatos, que nos retrasaron los pagos en el trabajo, que la chata se enoja porque nos echamos nuestras chelas con los cuates…
Por eso son bien sabios los dichos mexicanos, como aquel que dice: “Matrimonio y mortaja, del cielo baja”, o aquel otro que reza: “El casado, casa quiere”.
Y esto me recuerda a aquella película llamada Tizoc (Tizoc, amor indio, por su nombre original. Estrenada en 1957. Director: Ismael Rodríguez. Protagonistas: Pedro Infante, María Félix, Andrés Soler, Carlos Orellana y Miguel Arenas), donde el indio tacuate se enamora de la niña María, después que a esta se le cae el pañuelo, Tizoc lo recoge para entregárselo y ella le dice que se lo quede, sin saber que esa acción significa un compromiso matrimonial.
Tizoc se va al monte a construir una casa para la niña María y entonces, cuando ella va a tratar de decirle que no quiso darle el pañuelo, él le canta aquella canción que dice: “Yo te quero más que a mis ojos, más que a mis ojos te quero. Y si no tuviera yo mis ojos, te miro por los agujerooooossss”.
Y nos quedamos con el refrán estilo Pegaso: “Ya contrajo nupcias, ya se fastidió”. (Ya se casó, ya se amoló).