Wednesday, October 15, 2025

Al Vuelo-Risas

Por Pegaso
A los mexicanos nos gusta reírnos de las desgracias ajenas.
Si vemos que alguien se cae en la calle, nos desternillamos de risa en lugar de ir a su lado y ayudarlo a levantar. Si la persona está gorda, con mayor razón.
Por eso tienen tanto éxito los programas, películas, revistas y demás publicaciones donde, con frecuencia, los pobres, los flacos, los gordos, los tartamudos, los enfermos, los viejitos y los alcohólicos son objeto de burla.
Si no, vean los programas de El Chavo del 8.
Ron Damón es un tipo esmirriado, pobretón, feo a morir, flojo, vago, pero simpático. Cada que aparece en pantalla hace reír nada más con verle la cara. Las risas grabadas son más frecuentes con él que con ningún otro personaje de la serie, a excepción de Quico.
Por cierto, la estupidez y los abultados cachetes del hijo de doña Florinda son el principal atractivo de ese programa.
Nos reímos de El Chavo, porque viste harapos. Como siempre tiene hambre, no puede pensar bien y sus torpezas provocan situaciones hilarantes.
Del señor Barriga, ni se diga. Su abultado abdomen es toda la gracia que hace, lo mismo que su hijo Ñoño.
Del profe Longaniza, su kilométrica estatura es motivo de chunga.
Pero antes de El Chavo del Ocho, los mexicanos teníamos otra catarsis. Yolanda Vargas Dulché creó a un simpatiquísimo pero torpe negrito llamado Memín Pinguín (sí, sin diéresis en la u y con acento en la i, como pingo, no como pingüino).
Las aventuras de Memín y sus amigos Carlangas, Ernestillo y Ricardo nos provocaban no pocas risas. Y más, cuando tras alguna travesura, su mamá, doña Eufrosina, a la que decía Ma Linda, le atizaba las posaderas con una tabla con clavo, muy al estilo del tremendismo que fue muy popular en los años sesenta y setenta.
También por aquella época surgieron Las Aventuras de Capulina.
Un gordo ñoño y torpe que provocaba carcajadas por su aspecto obeso y desaliñado, con un sombrerito roto y un bigote de azotador.
Los ejemplos son muchos.
Pero no hay que juzgarnos con mucha dureza. Está en la naturaleza del Ser Humano, ya no se diga del mexicano, reaccionar ante cualquier situación que nos parece graciosa mediante un esbozo de sonrisa o una abierta y estentórea carcajada.
¡Ahhhh! Pero cuando nos pasa a nosotros y los demás se ríen, nos da un pinche coraje que quisiéramos retorcerle el pescuezo a los burlistas.
Me pasó hace poco. Iba yo mirando mi celular, distraído. Al cruzar la calle Madero y llegar a la banqueta de la plaza Niños Héroes, mi pie no alcanzó a apoyarse en la acera y trastabillé graciosamente, hasta dar con toda mi humanidad en el suelo. El teléfono rebotó en el pavimento, pero afortunadamente no sufrió daños.
Varias personas que estaban comiéndose unos tacos en la esquina vieron la escena y se rieron con ganas. Mientras tanto, yo me moría del coraje por mi torpeza y por la ridícula situación. Me levanté adolorido y solo pude decir: “No pasó nada”.
Y el refrán estilo Pegaso dice así: “Colisioné nuevamente con similar guijarro”. (Tropecé de nuevo con la misma piedra).
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