Gracias a nuestro colaborador Australo Pitecus por cubrir mi ausencia el día de ayer. La verdad es que sí me sentía un poco ahuevado y sin ganas de escribir.
Muy buena redacción, aunque sí quiero hacer la observación de que existe la tendencia general en los relatos de literatura popular de hacer que los personajes rupestres hablen con verbos en infinitivo, es decir, con terminación –ar, -er- ir, en lugar de utilizar todos los tiempos y modos que el habla normal nos exige.
Yo recuerdo, como ejemplo que me viene a la mente, la revista de Turok, el Guerrero de Piedra, un cómic de origen norteamericano que relata las aventuras de Turok y Andar, dos nativos de una tribu apache que se pierden en un Valle donde hay criaturas antediluvianas y amenazantes cavernícolas que hablan…¡sí, en infinitivo, como nuestro buen amigo Australo!
Hay muchos otros ejemplos, como una película de Viruta y Capulina llamada precisamente “La Edad de Piedra”, donde son enviados al pasado por un científico loco en una máquina del tiempo para que consigan una fuente de energía que solo hay en épocas pretéritas.
Ahí tienen que luchar contra dinosaurios y cavernícolas con músculos hasta en los dientes, para quedarse finalmente con las chamaconas más guapas de la tribu.
Sirva todo ello como preámbulo para decir que esto de tener COVID está de la ringada.
Yo sigo recomendando a la raza mahuacatera que se cuide. Continúan las reuniones masivas en espacios cerrados, especialmente durante los eventos políticos.
Hasta ahora, el COVID no me ha maltratado mucho, pero sí tengo unos sueños medio macabrones.
Por ejemplo, ayer soñé que estaba haciendo cola para hacerme la prueba en la farmacia, cuando uno de los que estaban más atrás empezó a tener un comportamiento raro, como olisqueando el ambiente y volteando los ojos en blanco.
De repente, se agarró al que tenía enfrente y lo mordió del cuello, mientras buscaba más víctimas con sus ojos vidriosos.
Yo me escondí y empecé a grabar con mi teléfono sin que me viera.
Todos los que estaban en la fila empezaron a correr despavoridos, mientras que los que fueron mordidos, se levantaban y empezaban a actuar de manera agresiva.
Pronto se introdujeron a la farmacia, de donde salieron corriendo varias personas para librarse del ataque.
Ni tardo ni perezoso, subí las escenas a You Tube, e inmediatamente se volvió viral el video.
La pandemia de coronavirus nos hace pensar en temas catastróficos, como el sueño que tuve anoche.
Los miembros de las iglesias evangélicas ya andan diciendo que es el final de los tiempos, como lo dice La Biblia. Yo pienso más bien que esto ocurre cuando hay una emergencia mundial como ésta. Todo mundo se pone a rezar, a darse golpes de pecho y arrepentirse de sus pecados, porque piensa que ahora sí vendrá El Juicio Final.
Uno de mis pasatiempos favoritos es precisamente leer o escuchar ese tipo de predicciones, como cuando decían los “conocedores” que el 12 de diciembre del 2012 terminaría el Calendario Maya y con él, se acabaría el mundo.
Lo último que hubo en cuanto a este tipo de afirmaciones, es que ayer pasaría “cerca” de La Tierra” un asteroide de más de un kilómetro de largo.
Sin embargo, hablando de cifras astronómicas, “cerca” significa millones de kilómetros, así que, por lo menos a corto plazo, la Humanidad no será destruida por un asteroide, ni por una invasión de zombies ni por alienígenas conquistadores.
Cuando alguien me dice con total certeza reflejada en el rostro, que el mundo se va a acabar en tal fecha porque lo dice tal libro o tal profeta, solo les contesto: Te veré al día siguiente.
Pero al día siguiente el amigo se hace el desaparecido y solo hasta tiempo después, cuando ya se ha calmado la euforia catastrofista, le pregunto: “¡Quihúbo! ¿No que se iba a acabar el mundo?”
Quédense con el siempre imitado, pero jamás igualado refrán estilo Pegaso: “Con la dimensión temporal y un pequeño garfio”. (Con el tiempo y un ganchito).
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