Una colorida guacamaya revolotea sobre el cielo de la Cuarta Transformación.
Miles, qué digo miles, millones de mensajes de texto de uno de los servidores del Ejército Mexicano fueron obtenidos por los hackers de un grupo denominado “Guacamaya”.
Como en el “Caso Watergate” donde cayó el ex presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, el “Guacamayagate” amenaza con hundir al menos a uno que otro influyente personajazo del actual Gobierno Federal, y ya empezaron con el presidenciable Adán Augusto López, alias “La Corcholata Mayor”.
Para las personas que se han logrado especializar en los ciberataques y el hackeo, no debe ser difícil entrar en un servidor, aunque este tenga veinte mil candados y claves.
Basta establecer el objetivo, localizar la ruta que lleva a los servidores mediante programas maliciosos y después, ordeñar todo el servidor intervenido.
En el caso de los hacktivistas de “Guacamaya”, tuvieron acceso a millones de archivos que contenían mensajes “top secret” y los dieron a conocer, o los vendieron al mejor postor, y de ahí, se hicieron públicos.
No creo que cualquiera que tenga una computadora y conexión a Internet pueda consultar todo ese material. Lo más probable es que en la “Deep Web” se ofrezcan a la venta, donde son oro molido para los periódicos y espacios noticiosos sensacionalistas que viven de atacar al Presidente ALMO.
Que si el Pejidente tiene juanetes, que si tuvo varios preinfartos, que si está azucarado… Eso ya se sabía desde antes.
Lo que puede que nadie sabía, fuera de los mandos militares y los encargados de recabar datos de inteligencia, son las minucias de la actividad de los delincuentes y personajes sobre los que se mantiene una vigilancia permanente.
En Estados Unidos se les llama “sujetos de interés”, porque requieren atención especial. Los “sujetos de interés” en Gringolandia son vigilados todos los días, todas las horas y todos los minutos, gracias a todo un aparato de espionaje que incluye agentes encubiertos, intervenciones telefónicas, seguimientos satelitales y cámaras de vialidad.
Ni en su casa están libres de ser vigilados.
En México no llegamos a tanto.
Quienes tienen un marcaje personal de los servicios de inteligencia del Ejército son aquellos políticos que de alguna forma se han relacionado con la delincuencia organizada, sea del partido que sea.
Sé de qué hablo. Yo trabajé algún tiempo en el área de inteligencia del Gobierno Federal, específicamente en el Centro de Información y Seguridad Nacional (CISEN) y en la Subsecretaría General de Gobierno de Tamaulipas, hasta que llegó “El Innombrable” y me corrió de la chamba.
Toda la información que está guardada en un servidor, en un disco duro, en algún dispositivo de almacenamiento virtual o incluso, en “la nube”, puede ser hackeable, así que las agencias de inteligencia o instituciones que manejan datos sensibles tienen que luchar día con día para hacer más seguros sus servidores mediante el mejoramiento de sus sistemas operativos y claves de acceso.
Lo único que todavía no se ha podido hackear es lo que cada uno de nosotros trae en la cabeza.
Y yo me pregunto, por ejemplo, si se pudiera extraer de la choya de Porfirio Muñoz Lelo, de Mamuel Bartett Díaz o del propio Pejidente AMLO, ¡qué tanto podría cambiar México!
Sabiendo lo que ellos saben, pero que jamás van a decir en público, los mexicanos tendríamos por fin la ansiada verdad de todo lo malo que nos ocurre, y no solo tendríamos que conformarnos con la verdad histórica que nos han querido meter a chaleco.
Por eso, mejor los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Mísera ave tropical denominada Ara macao, ¡cuán conmiseración me provocas!” (Pobrecita guacamaya, ¡hay qué lástima me das!)