Por Pegaso
Sean sinceros conmigo, mis dos o tres lectores, y respondan la siguiente pregunta: ¿Ustedes creen o piensan que tenemos alma?
Yo no. Lo que se conoce como alma, espíritu, cuerpo astral o como quieran llamarle, no es otra cosa más que una manifestación de la actividad eléctrica de nuestro cuerpo.
Pero vale. La mayoría cree que tenemos alma.
Oigan, ¿y esa alma a qué se parece? A lo que está constituido de materia y por consiguiente, es mortal, se descompone, o a lo que es inmaterial y etéreo.
Déjenme adivinar: La mayoría cree que el alma se parece más a lo etéreo que a lo corpóreo.
Esa es una idea que desde hace miles de años ya discutían los socráticos.
¿Quién debe mandar, lo material o lo divino? ¿No es lógico pensar que lo primero tiene la naturaleza de obedecer y lo segundo, de mandar?
Y cuando decimos que nos dominan nuestros bajos instintos, ¿no es porque nuestros cuerpos han sometido al alma y esta ha quedado sojuzgada bajo la intemperancia del cuerpo?
Pero cuando el alma es la que domina al cuerpo, decimos que somos dueños de nuestros actos, precisamente porque no caemos en las tentaciones del cuerpo.
Ya no los aburro. Si quieren saber más lean el diálogo de Platón sobre la Inmortalidad del Alma.
Lo único que les puedo decir es que si la mayoría de la gente piensa que existe el alma y que el alma es inmortal y etérea, entonces es más similar a la armonía que al instrumento que la produce.
De tal manera que si la acostumbramos a escuchar armonías estridentes y agresivas, nuestras almas tenderán a ser estridentes y agresivas por imitación y costumbre.
En cambio. Si escuchamos sonidos sosegados y agradables al oído, nuestra alma será igualmente sosegada. Por consiguiente, nuestro comportamiento estará apegado a lo que ella le dicte al cuerpo.
Ya pasaron muchos años desde que Platón difundió la idea de su maestro Sócrates sobre la armonía y el alma, pero parece ser que ahora es cuando más necesitamos rescatar esas nociones.
Escuchamos narcocorridos, corridos belicones, cantos que hacen apología del delito y los delincuentes, sonidos estridentes que producen en nuestro hipotálamo el efecto de una potente droga.
Por consiguiente, lo más saludable para el bien de La República, (y aquí cito otro de los libros de Plantón, de nombre homónimo) es que se prohíba ese tipo de expresión “artística”, que de arte no tiene nada.
Sugiero a la Presidenta Claudia Shikitibum que su gobierno contribuya a la pacificación y endulzamiento de los habitantes de este país con “canciones del bienestar”, producidas por “disqueras del bienestar” por “grupos musicales del bienestar”.
Yo sé que será una tarea titánica y muy costosa, pero hay que empezar por dar el primer paso, que es, obviamente, prohibir en público que se interpreten narcocorridos y toda esa parafernalia que enajena la mente de todos, desde niños de pecho hasta los más rucos.
Los dejo con el refrán estilo Pegaso: “Vetustos los incidentes orográficos de baja altura y aún muestran tonalidades verdosas”. (Viejos los cerros y todavía reverdecen).