Por Pegaso
Quiero solidarizarme con el Presidente de Francia, Macrón.
El mandatario galo estaba a bordo de un avión, cuando entró alguien a la cabina donde éste estaba, con tan mala suerte que captó el momento en que su vieja le puso un cachetadón de antología.
El pobre Macrón no supo cómo reaccionar y se tapó la cara sin decir una palabra.
Más adelante le preguntaron sobre el tema y solo acertó decir que así es como a veces juega con su esposa.
Fuera de este jocoso episodio, en realidad, son nuestras abnegadas y sufridas consortes las que mandan en nuestras casas, ¿a poco no?
Yo soy como aquel tipo que presumía ante sus amigotes: En mi casa yo soy siempre el que dice la última palabra.
Los otros se quedan asombrados. En eso sale la ñora y le dice al tipo: “¡Renato! Ven a lavar los trastes!”
-Sí, mi amor-contesta dócilmente y se apresura a cumplir con aquel sagrado mandato.
Y como presumió con sus cuates: Dijo la última palabra.
Esto contrasta radicalmente con lo que siempre han dicho las feminazis: Que vivimos en un patriarcado.
¡Para nada! Cuando uno se casa, son ellas las que mandan. Les damos todo el amor y el dinero con tal de tenerlas quietecitas, quietecitas, porque si no, como decía Lupita Darrecio, despertamos a la leona dormida.
Fuera de broma, la cachetada de Macrón despertó curiosidad en todas partes. Un tipo todo circunspecto, que se supone es un modelo de pulcritud, de protocolo y de respeto, por su investidura de Presidente de una nación, sorprendido en una situación doméstica más común de lo que pensamos.
Hay de cachetadas a cachetadas.
Algunas son, efectivamente, de cariño, pero otras reflejan sentimientos más profundos, como la frustración.
No sé como ande Macrón con su vieja, pero lo cierto es que es algo insólito captar en video cuando alguien así recibe una cachetada guajolotera.
Y aquí quiero aprovechar para manifestar mi desaprobación para un “deporte” que se ha popularizado mucho en varias partes del mundo: La lucha de cachetadas.
Esta consiste en que dos tipos se para uno enfrente del otro, con un juez de por medio y un nutrido público al que le gusta ver sangre.
El primero de los competidores se prepara para dar su mejor golpe con la mano abierta sobre la mejilla de su oponente y agarra vuelo.
El otro, por supuesto, se da ánimos y se alista para recibir el impacto.
Gana el que aguante más cachetadas.
Esto, para mí, es muestra de salvajismo inútil. El resultado es que muchos de ellos terminan con graves luxaciones de los huesos craneales y a corto o mediano plazo, con importantes lesiones cerebrales.
Desde mi punto de vista, es más peligroso aún que el box o las artes marciales mixtas. Deberían prohibirlo.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso, cortesía de mi tocayo Chucho: “Es necesario colocar el pómulo opuesto”. (Hay que poner la otra mejilla).