Por Pegaso
Kalimán fue mi ídolo durante mis años mozos. Yo quería ser como él, tener músculos hasta en las pestañas, dominar el poder de la mente y tener mil aventuras.
El mayor héroe mexicano, sin embargo, era extranjero. Empezó como una radionovela que se transmitía en la radiodifusora RCN, creada por Modesto Vázquez González en 1963 y tuvo un éxito casi inmediato entre el público hispanoparlante de México y América Latina.
De ahí saltó a las historietas, en 1965, con guiones escritos por Víctor Fox, en números semanales que se vendían como pan caliente hasta 1991, cuando se dio por concluida la revista después de 1,351 números y 41 aventuras.
La historia dice que Kalimán es el séptimo hombre de la dinastía de la diosa hindú Kali, lo que significa que es un semidiós, igual que Hércules en la mitología griega o Jesucristo, en la literatura hebrea.
Uno de los mitos que lo acompañan refiere que nació en una antigua civilización de las profundidades de la tierra llamada Agharta, ubicada bajo el Tíbert. Cuando era niño, por razones que no cuenta la leyenda, fue colocado en una cesta en las aguas de un río, cerca del reino de Kalimantán. Lo descubrió una esclava del príncipe Abul Pasha y este lo adoptó como su hijo. Más adelante, el Primer Ministro del reino, al saber que Kalimán sería el heredero del trono, mandó a unos soldados que lo llevaran a una montaña y lo asesinaran (el mito de Hércules, otra vez), cosa que no ocurrió, sino que fue adoptado por una familia de campesinos. Siendo adolescente, llegó al Tíbet, donde unos lamas lo adiestraron en la lucha cuerpo a cuerpo y el dominio de la mente.
Ya de adulto, se lanzó a la aventura por todo el mundo, buscando hacer justicia y castigar a los malvados. En Egipto, conoció a Solín, un descendiente de faraones que pasó a ser su inseparable compañero.
Extrañamente, Kalimán siempre parece tener una edad de entre 30 y 35 años (casi la edad de Cristo, quien falleció a los 33, crucificado por los romanos).
Así pues, al menos por su origen, El Hombre Increíble no es mexicano, sino hindú o aghartiano.
Pero tampoco lo es por su nacimiento como personaje. En Cuba, había un héroe llamado Tamakún, El Vengador Errante, que vestía de la misma manera, y que igualmente se escuchaba en formato de radionovela.
En esta, Tamakún era un príncipe hindú que debía luchar contra su malvado tío Sakiri, quien había asesinado a sus padres para apoderarse del reino de Sarakardi.
La idea, que no el personaje, fueron traídos a México por migrantes cubanos, como Modesto Vázquez y Armando Couto. Aquí se convirtió en Kalimán y su fama trascendió fronteras.
Lo mexicano le viene por adopción, porque fue aquí donde se hacía el tiraje de la revista y la producción de la radionovela. Ambos formatos tenían gran demanda en otros países, como Argentina, Colombia, Venezuela y Perú, donde se repetían sus aventuras con doblaje en las voces y narraciones.
Por cierto, en México la voz de Kalimán siempre estuvo a cargo del actor Luis Manuel Pelayo y Luis De Alba hacía la de Solín, en tanto que las narraciones corrían a cargo del locutor Isidro Olace.
Pero, ¿por qué digo que ya no querría ser Kalimán?
Bueno, todos los días veo en una cuenta de Facebook uno o más capítulos de la revista con las aventuras de El Hombre Increíble donde, en cada uno de ellos, siempre se le tortura hasta casi la muerte, o algún villano amenaza a Solín, y son salvados casi milagrosamente.
No puedo imaginarme cómo alguien pueda soportar tantos suplicios, por muy heroico que sea. ¡Qué güeva!
Era un constante sufrimiento, sobre todo cuando, al final de cada capítulo el guionista escribía: “¿Qué suerte les espera nuevamente al caer prisioneros? ¿Podrán salir de aquel pozo lleno de serpientes venenosas? ¿Qué nuevas aventuras les esperan en aquellas misteriosas tierras?
Y recuerde, donde hay una injusticia que reparar, o la emoción de una aventura, o la belleza de una mujer, ahí está: Tun, tuuuuuunnnnn, ¡Kaaaalimannnn, El Hombre Increíble! Caballero con los niños, galante con los hombres, tierno con los malvados… ¡implacable con las mujeres! Así es… Tun, tuuuuunnnn, tuuunnnnn, ¡Kaaaalimaaannnnn, El Hombre Increíble!”
Viene el refrán estilo Pegaso, cortesía, por supuesto, de nuestro querido héroe del turbante y las mallitas blancas: “¡Estoicismo, estoicismo y tolerancia, demasiada tolerancia!” (¡Serrenidad, serrenidad y paciencia, mucha paciencia!)