Hasta ahora las leyes laborales prohíben el trabajo infantil, porque equivale a explotación.
Hoy en día, sin embargo, sin haber un cambio en las leyes de por medio, ya cualquier chamaco puede tener su propio trabajo en las redes sociales y ganar más dinero que Bill Gates y Elon Musk juntos.
Y ya no es considerado explotación infantil.
Las redes sociales vinieron a revolucionar el mundo como lo conocíamos y en estos tiempos incluso hay padres que viven de lo que Facebook, Instagram, Tik Tok o Twiter les entregan a sus hijos por ser influencers y tener chorromil seguidores.
Si no, vean el caso de las famosas gemelas Ava Marie y Leah Rose Clements, consideradas las niñas más hermosas del mundo, con casi medio millón de seguidores ganados solamente por dejarse retratar desde que eran bebés.
Tal vez uno de los ejemplos más claros de cómo la fama puede llegar a muy temprana edad es el de Justin Beaver (o creo que se escribe Bieber), quien publicó su primer sencillo en el 2009, a la edad de quince años.
Ahora es una celebridad mundial que gana lo que quiere.
Pero aún antes de la revolución digital, teníamos a Luis Miguel, quien empezó en la década de los ochenta, a los once años, cuando parecía una niñita dientona.
Aunque también era un trabajo remunerado, nadie decía que sus papás explotaban a Luis Miguel y sí que vivían bien de lo que ganaba, aunque después les dio una patada en el trasero y se dedicó a hacer lo que hace hasta la fecha: Refocilarse con todas las mujeres que se le cruzan en el camino, cual garañón empedernido y consuetudinario.
Sus gustitos lo han dejado en la chilla, avejentado y con un chorro de deudas con Hacienda.
Si seguimos con el tema, ahí tenemos a las pupilas de Sergio Andrade.
Sergio Andrade se formó un harén de adolescentes durante sus tiempos de gloria. Las seducía, diciéndoles a ellas y a sus papás que las haría estrellas rutilantes, que ganarían millones de pesos.
Eso, a los papás y mamás, los cegaba y no se daban cuenta del peligro en que pusieron –y de hecho, ocurrió- a sus pequeñas hijas, hasta que ya era demasiado tarde.
Dicen los que saben que el pillín de Sergio Andrade utilizaba libros de Psicología Infantil para conocer todos sus secretos, así como técnicas de hipnosis para saciar sus bajos instintos.
La única que al parecer sí se le peló fue Lucerito, pero solo porque su mamá logró intervenir a tiempo y rescatarla de las garras de ese aprendiz del Marqués de Sade.
Ese es el peligro que hay cuando un infante comienza a trabajar, gana su propio dinero y empieza a perder piso: Siempre sale alguien dispuesto a aprovecharse de él y de su fama.
No sé si Peso Pluma era menor de edad cuando se hizo famoso, pero se nota que detrás de tan explosivo éxito están las oscuras manos de grupos de la delincuencia organizada.
Pero reflexionaba yo acerca de la facilidad que ahora ofrecen las redes sociales y las plataformas de Streaming para que un anodino jovenzuelo se torne viral y logre colocarse en el gusto principalmente de los mocosos de su edad en todo el mundo.
La fórmula es sencilla: Basta hacer algo estúpido, original, algo que sirva de modelo para las juventudes desorientadas y tener la suerte que algún influencer empiece a difundirlo entre sus seguidores.
Tenemos el pasito ese que se ha hecho viral en los últimos meses, donde parece que un tipo se desplaza florando en el aire, pero en realidad, se trata de un efecto visual que se consigue al sincronizar los movimientos de los pies.
Pero ahí tienen a todos intentando hacerlo.
La moraleja es que si alguno de nuestros vástagos empieza a subir contenido a Tik Tok, dejémoslo ser.
Con suerte, a la vuelta de los días o semanas, logra ser visto por miles, o tal vez millones de otros estúpidos que intentarán imitarlo si lo ven comiendo caca o cortándose las narices.
Quién sabe. En una de esas, hasta nos saca de trabajar.
Y el refrán estilo Pegaso dice así: “No existe perjuicio que por consecuencia no produzca beneficio”. (No hay mal que por bien no venga).