Por Pegaso
No soy yo, ni Gunter Jacobs, autor del libro El Derecho Penal del Enemigo quien asegura que los criminales no deben ser considerados como seres humanos, sino como bestias sedientas de sangre.
Quienes por su propia decisión han tomado el camino de la delincuencia, la crueldad y la carencia de empatía con el resto de las personas, ciertamente ya no son humanos, aunque lo parezcan.
La obra de Jacobs sintetiza de la siguiente manera su apreciación en torno al estatus penal que debe tener un individuo de naturaleza sanguinaria: “No todos los ciudadanos deben ser considerados personas a efectos penales, ya que algunos pueden ser calificados como enemigos. Este enfoque se caracteriza por la punibilidad de actos preparatorios, la desproporción de las penas y la supresión de garantías en el proceso judicial. En este contesto, los delincuentes dejan de ser considerados personas y son tratados como enemigos del Estado”.
Viendo un episodio de las aventuras de Kalimán, el Hombre Increíble, titulado “El Dragón Rojo”, se observa como Kalimán arremete con la espada sagrada contra el malvado Karma y este le dice: “¡Has hecho juramento de no matar a un semejante! ¿Lo olvidas”
Y la respuesta de Kalimán es implacable: “¡Tú no eres ya un ser humano, eres un monstruo!”
¿Ven? ¿Qué les dije? Ya desde la década de los sesenta se hablaba de la pérdida de humanidad a causa de la maldad, los hechos violentos y la falta de empatía.
Cuando en los medios de comunicación nos enteramos de masacres, descabezados, desaparecidos y todo el paquete que acompaña a esa empresa del mal que es la delincuencia organizada, no podemos más que mover la cabeza cuando recordamos las palabras de ALMO, alias #YSQ: “Los delincuentes son seres humanos y hay que protegerlos”.
Porque lo que tiene el pueblo de México es que ama a sus verdugos, y eso se ha demostrado desde hace mucho tiempo.
Un pueblo que baila y que canta sobre multitud de cadáveres, al son de los narcocorridos y las canciones beliconas.
Cuando un grupo criminal va a regalar despensas a una zona de desastre, como recientemente ocurrió en Veracruz, la gente afectada las agarra a besos, porque es dura la necesidad. Y si no las toman, se las meten a fuerzas.
La teoría del uso de la fuerza para someter a los demás viene de muy atrás en el tiempo, en los albores de la Humanidad. Un australopicecus descubrió que, tomando un fémur de animal, podría usarlo como arma. Pronto se rodeó de otros y armó la primera pandilla que masacraba a sus rivales con la ventaja que les daban los pesados huesos. Pronto vieron que podían imponer su ley, arrebataban las mujeres de otros pacíficos australopitecus, robaban su comida y los ponían a cuota.
Miles de años después se formaron las primeras sociedades, precisamente para defenderse de las hordas criminales, convertidas en sanguinarias bestias. Nacieron las primeras leyes que castigaban a quienes las violaban. Y la primera de esas leyes era vivir pacíficamente en una sociedad. Quienes delinquían, pese a todo, eran desterrados o encerrados.
Pronto vino otra calamidad: La complicidad entre autoridades y criminales, pero esa ya es otra historia.
Termino mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: “El Homo sapiens es el Canis lupus del Homo sapiens”. (El hombre es el lobo del hombre).