Hay padres que hacen todo por complacer a sus bendiciones.
Ayer vi un video donde un papá consentidor muestra su regalo de cumpleaños a su hija, nada más ni nada menos que una camioneta BMW del año. Y aunque el progenitor esperaba un abrazo y una sonrisa d agradecimiento, la mal educada jovenzuela reaccionó de manera inesperada, con indignación porque ella lo que quería era un auto eléctrico Tesla.
Lo que para millones de personas sería un sueño inalcanzable, ella lo recibió de su padre, quien tal vez es rico o tenía algunos ahorritos.
¡Pero no! Ella quería un Tesla para irse a su trabajo todos los días y apantallar a la raza mahuacatera.
La verdad, no sé dónde pasó eso, pero se nota que son personas de piel morena, tal vez brasileños. Se ve que visten ropa de buena calidad. Ella anda tatuada del brazo, usa gorra y una pieza ajustada de gimnasia.
Luego que le presentan su “regalo” y hace su capricho, le pregunta a su padre: “¿Somos pobres o qué?” Se dio la media vuelta y se fue a su cuarto a seguir con el berrinche.
Si a mí me hubiera hecho eso, la agarro ahí mismo a cintarazos, por maleducada.
Algunas personas comentaron que el padre debió dejarla sin el vehículo y hacer que se fuera al trabajo en pesera, para que viera lo que se siente ganarse la pizcacha.
Por eso yo, cuando regalo una cosa, prefiero que sea algo sencillo, pero que salga del corazón.
Eso me recuerda la historia que cantaba Juanito Farías en el concurso “Juguemos a Berrear”, que salía en el programa “Siempre lo mismo”, con Raúl Del Asco.
La canción se llamaba “El caballo de palo”, y básicamente se trataba de un niño pobre al que su padre cierta vez le regaló un juguete con cabeza de caballo montado sobre un palo de escoba.
“Tres navidades con él he pasado, dí por qué”-le reclamaba el tierno infante a su papá.
Por eso, luego de los cintarazos a la chamaca majadera, la hubiera puesto a escuchar por cinco horas seguida la canción de Juanito Farías, para que aprenda que el valor de un regalo no está en el mismo regalo, sino en la intención de quien lo da.
El caso que aquí comento, sin embargo, no es nada a comparación con otros padres consentidores que tienen toda la lana del mundo y no quieren que sus retoños pasen la más mínima incomodidad.
Hay quienes les regalan mansiones, viajes maravillosos por todo el mundo, automóviles forrados con oro puro y piedras preciosas…
Debían aprender de Jackie Chan, el conocido actor de artes marciales.
Jackie tiene una fortuna calculada en 400 millones de dólares, pero ya ha tomado la decisión de no dejarle todo ese dinero a su hijo Jaycee, sino que lo donará a instituciones de beneficencia pública.
Pero no es que sea un padre cruel, sino que quiere que su hijo se labre su propio destino y haga su propia fortuna, luchando duro como él lo ha hecho a lo largo de cuatro o cinco décadas, desde que empezaba su carrera cinematográfica al lado del legendario Bruce Lee en la película de culto “Operación Dragón” (Enter the Dragon, por su título original en inglés. Estrenada en 1973. Director: Robert Clouse. Protagonistas: Bruce Lee, John Saxon, Ahna Capri, Shih Kien, Robert Wall, Angela Mao, Jim Kelley y Bolo Yeung, con un papel muy secundario que hacía el entonces joven imberbe Jackie Chan).
Bueno, ya pasamos de la joven berrinchuda a Juanito Farías y Jackie Chan. ¿Qué falta?
¡Ahhh! Sí. El refrán estilo Pegaso.
Viene, pues: “Posee similar mácula el individuo que asesina a la hembra de cuadrúpedo vacuno, que aquel que inmoviliza su extremidad inferior”. (Tanto peca el que mata la vaca como el que le detiene la pata).