La noticia del día es la gira que realiza el Papa Pancho desde el domingo pasado por Canadá.
Y no fue a comprar zapatos, sino a buscar el perdón de los pueblos indígenas que durante cientos de años han sufrido abusos por parte de representantes de la Iglesia Católica.
“Busca con este viaje penitencial sanar traumas causados durante generaciones por abusos de misioneros”,-expresa una nota de alguna agencia informativa de las que cubren las actividades papales y reciben cochupos del Vaticano.
En la foto que acompaña la nota se ve al pontífice estampando un fervoroso ósculo sobre el dorso de la mano de una sonriente mujer de tez morena, ataviada con chaqueta de gamuza, un penacho de plumas de águila, lentes y vestido azul.
Alma Desjarlais, se llama la ñora, quien estuvo acompañada por otros miembros de su etnia durante este humildísimo acto del humildísimo canónigo de la humildísima Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Vergüenza le debe dar al Papa Pancho ir a hacer ese tipo de panchos,-valga la redundancia.
Si viene a México, le pediré que le bese los juanetes a representantes de las 71 etnias que aún viven en el país, como los nahuas, otomíes, mayas, zapotecas, mixtecas, totonacas, tsotsiles, tzeltales, mazahuas, mazatecas, huastecos, choles, purépechas, chinantecas, mixes, tlapanecas, tarahumaras, mayos, zoques, chontales y otros 50 grupos dispersos de pueblos que en su momento sufrieron las travesurillas de los “vicarios de Cristo”.
Pero no es tanto que los frailes, curas y misioneros hayan asesinado o esclavizado directamente, pero sí fueron cómplices del exterminio sistemático que los españoles hicieron entre los pueblos originarios de México y el resto de América.
Hoy fue a Canadá a tomarse la foto dándole el beso a doña Alma Desjarlais (por cierto, es un nombre francés, no indígena), pero en los siguientes años debería aventarse un recorrido por todo el continente, digo, para besarles no las manos, sino los pies, con todo y callos, a la totalidad las etnias que fueron brutalmente pisoteadas por los conquistadores y sus alcahuetes, los misioneros católicos.
Por cierto, hablando de besos, dícese que en una ocasión llegó el Papa Pancho a la Ciudad de México, a la Catedral Metropolitana, donde ya lo esperaban miles de feligreses y centenares de frailes.
Arribó a bordo del papamóvil y después se instaló en el altar principal. El Cardenal Primado de México, Carlos Aguiar Retes y el Nuncio Apostólico, Joseph Spiteri, se encargaban de organizar una kilométrica cola para la salutación. Y el Papa empezó a decir:
-Hermano Casiano, deme un beso en la mano.
El tal Casiano se acercó y le dio un fervoroso ósculo de fe sobre la parte corporal que le indicó el Sumo Pontífice.
-Hermano Vicente-prosiguió el mitrado-, deme un beso en la frente.
Y el aludido se aproximó a Su Santidad y le plantó el beso en la frente.
-Hermano Agapito…¿dónde chingaos se metió el hermano Agapito?
Yo no digo que el Vicario de Cristo haga lo mismo en esta ocasión, ya que anda disculpándose con los indígenas, porque igualmente puede salirle otro hermano Agapito.
Lo que sé es que esa disculpa sirve solamente para tres cosas: Para nada, para nada y para pura tiznada.
Mejor que les suelte una lana, ya que el Vaticano, hoy por hoy, es el país más rico del orbe, incluso sobre los Estados Unidos, Rusia y China Juntos, porque a las arcas del vaticano van a parar todas las limosnas que dan los católicos del mundo mundial.
Con este pensamiento, que espero no me provoque una excomunión o se me tache de hereje, los dejo con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: “Acciones son apegos románticos, más no excelentes discernimientos”. (Obras son amores y no buenas razones).