Por Pegaso
Ahora que el egregio jurisconsulto, epítome de la praxis legal, Máster en Ciencias Jurídicas y Políticas Oscar Aldrete García disertará sobre el tema de los valores en la Universidad Tecnológica del Norte de Tamaulipas (UTTN), a las 10 de la mañana, el día de hoy, permítanme abordar algunos aspectos relacionados con dicha asignatura.
Pera empezar, debo decir que la generación de nuestros padres y abuelos fue muy drástica con sus vástagos.
Todavía existía la influencia de la Iglesia sobre la forma de educar a los hijos mediante castigos que eran en realidad una muestra de profundo amor, a pesar de que eso suene contradictorio.
Nos castigaban porque querían corregirnos. De lo contrario, si se mostraban laxos con nuestro errático y naturalmente rebelde comportamiento, pronto nos metíamos en problemas con las demás personas.
Hay que recordar aquel corrido de El Hijo Desobediente que a la letra dice:
Un domingo estando errando
se encontraron dos mancebos
metiendo mano a sus fierros
como queriendo pelear.
Cuando se estaban peleando
pues llegó su padre de uno:
“Hijo de mi corazón
Ya no pelees con ninguno”.
Quítese de aquí, mi padre
que estoy más bravo que un león.
No vaya a sacar mi espada
y le traspase el corazón.
Hijo de mi corazón
por lo que acabas de hablar
antes de que salga el sol
la vida te han de quitar.
Y sí. Según el corrido, se lo cargó el payaso. Pero no por las palabras tan duras y groseras que le dirigió a su progenitor, sino por el hecho de desobedecerlo y no acatar los consejos de sus mayores.
Por desgracia, por allá, en los años ochenta, llegaron los derechos humanos. Los padres ya no podían agarrar la chancla o darles de coscorrones a los chamacos, porque acabarían en la cárcel. Ni los maestros podían agarrar la regla y darle duro en las palmas de las manos como castigo por portarse mal en el salón de clases.
Antes, cuando yo era un Pegaso chaval, era lo que se estilaba. A mí solamente una vez me hicieron pasar al frente y extender las manos para recibir los reglazos. Fue como algo milagroso, porque ya no volví a desacatar las órdenes de mi maestra. Y hasta la fecha, les tengo gran estima a mis queridos preceptores por las enseñanzas que plasmaron en mí, con alguna que otra corrección.
Fue mi generación, y aquí es necesario aceptar la culpa, la que empezó a aflojar la disciplina. Los valores se fueron perdiendo, de tal forma que pronto los jóvenes empezaron a levantar la voz a sus padres y se convirtieron en tiranos.
Bajo el pensamiento de que ellos debían tener lo que nosotros no tuvimos, los hicimos irresponsables a tal grado que retorcieron esos mismos valores para convertirlos en algo completamente diferente.
La “generación de cristal”, como se les conoce ahora, no puede soportar una realidad que los lastima y prefieren navegar en la posverdad.
La posverdad se nutre de la distorsión deliberada de una realidad, manipulando creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.
De esa manera se pierden las fronteras, por ejemplo, entre lo que es un hombre y una mujer, entre lo que es verdad y lo que aparenta serlo y finalmente, se hacen borrosos todos los valores que alguna vez nos inculcaron nuestros abnegados ancestros.
No digo más. Un saludo para el inefable máster Oscar Aldrete. Siento no estar durante la presentación de ese su trazado de arquitectura que seguramente redundará en la elevación espiritual e intelectual de sus contertulios.
Viene el refrán estilo Pegaso: “A la deidad suplicando y con el mallete impactando”. (A Dios rogando y con el mazo dando).