Con el auge de las redes sociales, todo mundo sueña con hacer viral su contenido.
Hacer viral algo significa cruzar el umbral de la fama, aunque sea efímera. Y con la fama, pues vendrá el dinero fácil.
Conviértete en influencer publicando estupideces y ya tienes resuelta tu vida, esa es la mística que mueve a niños, jóvenes y viejos en esta época loca, loca.
No me miren a mí. Yo todavía no he hecho viral nada. Siempre he pensado que lograr la viralidad en Internet o en las redes sociales es cuestión de mucha suerte, casi como sacarse la lotería.
Porque si uno se lo propone, ni a mentadas de madre lo logra. Pero basta con que alguien suba una cosa que ni siquiera piensa que es interesante, para que otro descubra en ella un detalle que pasó por alto y la reproduzca entre sus contactos, los que a su vez van a verla por morbo y la pasarán a otros grupos y así, irá creciendo como una bola de nieve hasta convertirse en algo impactante.
Yo tengo una fórmula infalible para hacerse viral: Utilice los choninos de su abuelita para hacer una máscara y póngase a bailar como chango. Suba el video a sus redes sociales y pídale a uno o varios de sus amigos influencers que lo reproduzcan y se lo envíen a otros igual de deschavetados. Con el paso de los minutos, o tal vez algunas horas, su contenido estará a la vista de miles o millones de morbosos que se desternillarán de risa viendo cómo mueve las lonjas un tipo que se puso como máscara los calzones de su abuela.
También se pueden comprar “likes” y todo aquello que garantice que un número grande de personas pueda acceder a nuestro producto. Aunque la verdad, es que muchas veces son más falsos que una moneda de trece pesos, porque no son individuos de carne y hueso, sino bots, o bien, “granjas” que ofrecen una gran cantidad de seguidores de China o Singapur.
En últimas fechas lo que más he visto en las redes sociales como Facebook y X son voluptuosas chicas moviendo el bote al compás de alguna melodía pegajosa, con poca ropa encima.
Es como una industria. Me imagino que las “artistas”, convertidas en “influencers” por obra y gracia de las redes sociales reciben una buena lana por parte de las plataformas donde exhiben sus ebúrneos encantos y algo más.
Y no estoy hablando de Only Fans, donde las nuevas ricas abundan, como aquella buchona más tatuada que un “Mara Salvatrucha”, llamada Karely Ruiz.
No. Yo no tengo oportunidad de hacer viral algún contenido.
Me conformo con pensar que mis dos o tres lectores de vez en cuando me leen y dibujan una sonrisa con las sandeces que publico.
Me decía ayer un excelente amigo, el ingeniero Leonel Cantú Robles, que no se pierde mi publicación, y eso hizo que me hinchara de orgullo.
No seré un influencer y jamás conseguiré hacer algo viral, pero mientras alguien me lea, seguiré adelante con esta jocosa y procaz columna.
Como decía Chente Fernández: Mientras haya alguien que aplauda, seguiré cantando.
Quédense pues con el refrán estilo Pegaso: “Tal objeto es hogaza de harina digerida”. (Eso es pan comido).