Ciudad Altamira, Tam.- Ayer en una tarde cargada de matices políticos y ecos de viejos discursos, el ambiente en Altamira se tiñó de historia y de presente. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que alguna vez dominó el panorama político mexicano durante más de ocho décadas, intenta levantar nuevamente su estandarte en un contexto en el que su sombra todavía se proyecta, aunque el brillo del poder se haya desvanecido. En el acto de toma de protesta del nuevo delegado municipal, Antonio Olvera Márquez, el delegado estatal del PRI en Tamaulipas, Bruno Díaz Lara, pronunció un discurso que, entre la nostalgia y la reivindicación, recordó los tiempos en que el tricolor era sinónimo de Estado.
Tras concluir su intervención, Díaz Lara accedió a una entrevista franca, sin cortapisas, donde se abordaron los temas que hoy marcan la línea divisoria entre el pasado y el futuro de su partido. Con el temple de un político formado en la vieja escuela, pero con la mirada puesta en la recomposición del mapa electoral, respondió con firmeza a los cuestionamientos que, inevitablemente, rozan las heridas abiertas del priismo contemporáneo.
-Disculpe, ahorita comentaba algo importante que es digno de resaltarse. Comentaba usted que Morena está en el poder. Sin embargo, vemos que hay muchos de Morena que son del PRI. Entonces, ¿es el emblema o son los políticos que estaban en el PRI y que ahora se están arropando con Morena?
-A ver, que quede algo muy claro —respondió con voz grave, enfatizando cada palabra—, los que están en Morena no son priistas. Si en algún momento lo fueron y le fallaron a la confianza de la gente, esa es otra historia. Nosotros hoy trabajamos con los del PRI, con los que estamos en las colonias, en los ejidos y en todos los municipios de Tamaulipas. Los que se digan priistas y están en Morena, no son priistas.
La declaración resonó con fuerza. En un país donde las lealtades políticas suelen ser efímeras y el pragmatismo ha dictado la pauta de los últimos años, su afirmación sonó más a trinchera que a reconciliación. Díaz Lara recordó que el Instituto Nacional Electoral (INE) es claro en sus registros: quien milita en un partido antagónico, automáticamente pierde su pertenencia al PRI.
-Si alguien milita en un partido antagónico —insistió—, el PRI pierde la militancia del PRI. Entonces nosotros hoy lo decimos: trabajamos con los priistas. Si hay quienes quieren regresar al PRI, son bienvenidos, pero la militancia será quien decida en qué lugar van a estar.
La conversación, inevitablemente, llevó al recuerdo del último presidente emanado del PRI: Enrique Peña Nieto. Su mandato (2012–2018) marcó el cierre de una era en la que el partido intentó reinventarse bajo el discurso de la “modernización democrática”. Peña Nieto habló de una “reconstrucción del país” y de un “nuevo PRI”, pero los resultados fueron, cuando menos, ambiguos.
—Enrique Peña Nieto hablaba de una reconstrucción del país y también del PRI —se le preguntó—, pero no se vio. ¿Qué fue lo que falló?
—Pues mira —respondió Díaz Lara tras una breve pausa—, yo creo que habrá que evaluar los resultados del presidente Enrique Peña Nieto y dejar que los mexicanos digan si se reconstruyó o se siguió construyendo. Lo que sí te puedo decir hoy es que el gobierno de Morena está destruyendo las instituciones, está destruyendo las libertades, y eso no lo podemos permitir. Por eso estamos trabajando todos los días para recuperar el lugar que le corresponde al PRI. Nosotros ya lo hemos demostrado desde el gobierno, que sí sabemos hacer las cosas.
La defensa del legado institucional del PRI se enmarca en una narrativa más amplia: la de un partido que, tras haber edificado el andamiaje del Estado moderno mexicano —desde la educación pública y la infraestructura nacional hasta la creación de organismos autónomos y políticas de estabilización económica—, se enfrenta hoy a su mayor crisis de identidad. Fundado en 1929 bajo el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR) por Plutarco Elías Calles, el PRI supo articular una maquinaria política que, con el tiempo, se transformó en un sistema de poder casi hegemónico. Sin embargo, desde la alternancia de 2000, su estructura se ha fragmentado entre viejas lealtades, nuevas generaciones y el éxodo de cuadros hacia otras fuerzas políticas, especialmente Morena.
—¿Podrían ir en alianza o solos en las próximas elecciones? —se le cuestionó finalmente.
—Nosotros hoy nos preocupamos y nos ocupamos en trabajar con los priistas. Ya llegará el tiempo de tomar decisiones y ver en qué lugar vamos a seguir estando. Pero lo más importante —remarcó con convicción—, el PRI va a ser protagonista en las elecciones del 2027.
Su afirmación tiene el tono de un reto. En un escenario político donde Morena ha consolidado un dominio casi absoluto y la oposición busca reconfigurarse tras sucesivas derrotas, el priismo tamaulipeco intenta reivindicar su espacio apelando a la memoria, a la estructura territorial y a un discurso de reconstrucción moral.
El eco de su voz, en ese salón de Petroquímicos en Altamira, parecía dialogar con las sombras de los viejos caudillos revolucionarios y los tecnócratas del siglo XXI. Entre la nostalgia de lo que fue y la incertidumbre de lo que vendrá, Bruno Díaz Lara dejó en claro que el PRI, aunque herido, aún no se declara vencido. Y que su apuesta, más que por el retorno al poder, es por la supervivencia política en un país que sigue debatiéndose entre el cambio y la continuidad.

